jueves, 27 de febrero de 2014

CULTURETA

En poco más de dos semanas parto a Oxford. Por eso me he propuesto disfrutar del Madrid más cultural el tiempo que me queda en vez de hacer todos los días lo mismo. También me he aficionado al Canal Cocina y he empezado a hacer algunas cosas (antes mi plato estrella era el huevo frito en el microondas), porque allí no voy a tener a nadie que me haga la comida… Pero esa es otra historia.

El jueves de la semana pasada cumplí uno de mis sueños: conocer a Maria José Campanario. Es broma! Asistí de público al programa de Pablo Motos, el Hormiguero. El programa no fue en directo, así que pudimos vernos más tarde en casa. Fue una experiencia muy chula, me encanta el mundo de la televisión y sobretodo el misterio de “detrás de las cámaras”. No os podéis imaginar todo el trabajo que tiene montar un programa de televisión de solo 45 minutos de duración, y más un programa como es el Hormiguero. Terminé con agujetas en las manos de tanto aplaudir, fue increíble!

El martes me llevé una gran sorpresa. Un amigo consiguió entradas para la ópera y sin pensármelo dos veces acepte la invitación. Ir a la ópera estaba en mi lista de “Cosas que hacer antes de Morir”, así que no podía desaprovechar la oportunidad. Me desplacé con tres amigos más al gran Teatro Real de Madrid, uno de los teatros de la ópera más importantes de Europa y uno de los principales monumentos de la capital. La ocasión merecía asistir con traje y pajarita (algo que me encanta) debido a que pocas veces se tiene la oportunidad de asistir a un estreno en el Teatro Real. Mi sorpresa llegó cuando fuimos las únicas personas del evento vestidas con traje. Pero bueno, el “postureo” puede con todo!

La ópera que se iba a representar era Alceste de Cristoph Willibald Gluck. A pesar de no ser de las obras más conocidas, los cantantes y la trama estuvieron genial. El edificio en sí es impresionante, cuenta con más de 1700 localidades distribuidas en 5 plantas. En el descanso de la mitad de la obra aprovechamos para pasear por los preciosos salones del Teatro, llenos de tapices, alfombras y cuadros. Nuestra velada terminó en el clásico Café de Oriente, situado a pocos metros del Teatro Real. Un pianista nos deleitó con famosos temas mientras tomábamos unas tapas. 


Al día siguiente culminé mi semana cultural yendo al Museo Reina Sofía. Parece mentira que haya tardado tanto tiempo en visitarlo por primera vez. El museo por fuera es grandioso y moderno. Las exposiciones del interior son de obras vanguardistas y contemporáneas. Me quedo con los de siempre: Picasso, Miró y Dalí

martes, 18 de febrero de 2014

El hundimiento del puente


Siempre he sido muy indeciso. Decidirme por el bachillerato de ciencias y tecnología parecía una buena idea, debido a que podría acceder a una carrera técnica y convertirme posteriormente en ingeniero, una profesión con multitud de salidas profesionales. 
Trabajé muy duro para sacar buenas notas y acabar mi última etapa en el colegio con muy buena calificación en Selectividad, lo que me permitió acceder al grado universitario que me diera la gana. 
 
El colegio había terminado. La decisión más importante que se me había planteado hasta entonces debía ser tomada de forma correcta y por mi cabeza empezaron a rondar ideas que nunca me había planteado. Siempre me han dicho que la creatividad es mi fuerte y que mis estudios debían girar entorno a ese don, pero guiado más por lo que es “políticamente correcto” rehusé a centrar mi vida en mi faceta más artística.
También tenía miedo de salirme del cauce que había desarrollado los dos últimos años de bachillerato. Debía ser ingeniero porque iba a ganar dinero y tener trabajo seguro en el futuro. Las matemáticas no eran lo mío, siempre creí que he sacado buenas notas porque las preparaba mucho, no porque se me dieran bien; así que no serían un impedimento en una carrera que se basa en esta ciencia.

Así que me precipité y tomé la peor decisión en mi vida en los últimos años: estudiar Ingeniería de Caminos. No tenía ninguna referencia, de las ingenierías ninguna me convencía y esta era la que más me atraía. Además, seguir la estela de mi padre me parecía una honra: sabía que si estudiaba lo mismo que él y lo hacía bien, él iba a estar siempre orgulloso de mí.

Terminó el mejor verano de mi vida y llegó septiembre, el mes de la novedad y de la incertidumbre. Respiré hondo y entré con muchas ganas en la Escuela de Caminos, Canales y Puertos, un gran edificio de hormigón en la Ciudad Universitaria de Madrid. Respirar el aire universitario me fascinaba. Percibía que se avecinaba un año lleno de sorpresas, trabajo, diversión y seguro que suspensos, pero eso no me echaba atrás. Debía seguir brillando como lo hacía en el colegio.

Conocí a gente nueva que poco a poco se han convertido en amigos extraordinarios. Las primeras semanas fueron duras: había asignaturas que no entendía por mucho que las estudiara y eso me desesperaba. No sabía cómo llevarlo, pero relacioné estos problemas con el cambio de ambiente y con el mundo nuevo que acababa de descubrir. Pero los problemas seguían y empecé a plantearme si había elegido bien mi rumbo. Ignoré estos pensamientos y me apunté a una academia muy conocida por los alumnos de la Escuela. Con las explicaciones del profesor de la academia conseguí vislumbrar la luz al final del negro túnel que llevaba recorriendo dos meses. Por fin conseguí llevar bien las asignaturas y me puse al día. 

Pero mis planes de éxito se vieron truncados con los primeros exámenes. A duras penas conseguí aprobar una de las pruebas, y suspender exámenes que había estudiado tanto me llevaron a un pesimismo académico que no había experimentado nunca. En esa situación demostré poca fortaleza y valentía, lo admito, pero sentía que era el momento de cambiar de planes.

Mis amigos y familiares me decían que era normal suspender y por eso no debía tirar la toalla. Una ingeniería no tiene nada que ver con el colegio, se trata de un camino que hay que adoquinar poco a poco y con mucho esfuerzo. Si se tropieza hay que saber levantarse y continuar. Pero yo me había caído y no quería volver a levantarme: sabía que  aunque los primeros años de la carrera no tienen nada que ver con el verdadero trabajo de un ingeniero de Caminos, no era una opción diseñada para mí. Entre risas les explicaba a mis conocidos que yo estudiaba ingeniería para terminar trabajando en la tele o en cualquier cosa “farandulera”, algo que no es muy coherente.

Así que me propuse salir de la Escuela con la cabeza alta. Me propuse aprobar alguna asignatura en los exámenes finales de enero. 

Pasé las vacaciones de Navidad en la biblioteca y me examiné. Puedo decir que este último esfuerzo mereció la pena porque me demostré que no abandoné la carrera porque no podía con ella, sino porque no me veo en un futuro trabajando en una obra o calculando estructuras. Aprobé algunas asignaturas del primer cuatrimestre y me quedé tranquilo.

Pronto surgió la gran pregunta: ¿Y AHORA QUÉ?

Sabía que torturarme con la segunda parte del curso no era buena idea, por lo tanto empecé a investigar lo que podía hacer los últimos meses del año académico. No podía matricularme en otra carrera, por lo que pensé en examinarme del CAE de Cambridge. Me lo prepararía en una academia o en el British Council, pero al principio no pensé en escapar al extranjero.

Con el paso de los días empezó a atraerme la idea de pasar algunos meses fuera de casa, fuera del país, para independizarme un poco y aprender el idioma desde dentro. Irme a Inglaterra tres meses era una buena opción. Volvería hablando fluidamente inglés y aprendería a desenvolverme lejos de casa. Salir de la “zona de confort” seguro que me valía de algo y me ayudaría a orientarme mejor hacia lo que de verdad quiero en mi vida. 

Mi próximo destino es pasar una temporada en OXFORD. Tengo muchas ganas de ir, aprender y pasármelo en grande con gente de otros países y de diferentes culturas. Es la ciudad universitaria por excelencia, así que no tendré muchos problemas con estos objetivos. 

Espero que irme sea una buena decisión. Estoy perdiendo un año debido a la equivocación de elección de carrera, pero no soy la primera ni última persona a la que le ha sucedido esto, por eso aunque sea un poco dramático sé que el año que viene me acostumbraré y afrontaré los nuevos propósitos que me plantee correctamente.


Es hora de cambiar de ruta y dirigir mi “Camino” hacia otros lares. Me quedo con las buenas experiencias que he tenido en la Escuela y con lo que he aprendido de la vida este año. No siempre se puede estar en la cima, debo aprender a equivocarme y enmendar mis errores de la mejor forma posible, sabiendo que siempre se puede salir de un pozo que parece que no tiene fondo.