jueves, 27 de marzo de 2014

EL TÉ DE LAS 5

Fin de mi primera semana en Oxford.


CHRIST CHURCH COLLEGE

Terminamos nuestra bebida en la cafetería de Blackwell’s y salimos a Broad Street. Afortunadamente había dejado de llover y la blanca luz del sol se reflejaba en los charcos de las aceras, provocando un efecto casi cegador. Miramos al cielo y pudimos descubrir un gran arcoiris encargado de coronar la ciudad debido a la bipolaridad del tiempo. Cruzando la calle casi fui arrollado por un taxi debido a mi distracción con el cambio de circulación en Gran Bretaña. Después del susto pensé en comprarme un chaleco reflectante en Poundland, seguro que me es útil.

Decidimos visitar el Christ Church College, uno de los más grandes de Oxford. Cuenta con un inmenso patio tapizado con un verdísimo césped y con una de las torres más altas de la ciudad. Dos caminos de grava se cruzan perpendicularmente en el patio, y en el cruce de ambos una gran fuente circular culmina la decoración del precioso jardín. Rodeamos el edificio para entrar por la puerta de turistas. El interior del college es simplemente espectacular: visitamos su capillas y más adelante las ESCALERAS en las que se rodó la primera película de Harry Potter (para los fans de Harry Potter, las escaleras en las que Neville encuentra su rana antes de entrar con el Sombrero Seleccionador). Le pedí a mis amigos que me hicieran mil fotos, estaba verdaderamente entusiasmado. Pero lo mejor se encontraba a escasos metros de las escaleras: el Gran Comedor (también conocido por los fans de la película) se encontraba traspasando la puerta. Se trata de una gran sala abovedada de planta rectangular, amueblada con cuatro larguísimas mesas que ocupan todo el comedor. Las paredes se encuentran cubiertas con retratos de personalidades ilustres del College de todas las épocas, que parecen vigilar día y noche a los estudiantes que comen en él. Después de hacerme mil fotos más en el Comedor, salimos al exterior para rodear el patio y salir finalmente del castillo. 



LAST FRIDAY NIGHT, T.G.I.F

Mi primer viernes en Inglaterra había llegado y por ello había que celebrarlo por todo lo alto. Mis amigos del piso me pidieron permiso para invitar a algunos amigos esa misma noche a casa, así que yo también avisé a los míos. Acostumbrado a las fiestas españolas que empiezan a las 12 o 1 de la noche, me extrañó que la hora de quedar fuera a las 8 de la tarde. Así que terminé de merendar y me vestí para la ocasión. Eran las 8 en punto y los anfitriones estábamos preparados en los sofás del salón. Pasaron cinco minutos y nadie había llamado a la puerta. Pasaron quince, veinte, veinticinco… Yo ya había asumido que a lo mejor no éramos lo suficientemente interesantes y a nadie le apetecía venir a nuestro piso. De pronto llamaron a la puerta. Me acerqué a abrir y una amiga suiza me saludó con una caja de botellines de cerveza. Le devolví el saludo y nos sentamos con los demás. Empezamos una conversación bastante aburrida sobre los horarios en Gran Bretaña y volvieron a llamar al timbre. Un cuarto de hora después en el salón de mi casa había más de cuarenta personas gritando, bebiendo y bailando. Miré por encima de las cabezas y me sentí orgulloso de nuestro gran poder de convocatoria. También pensé en cómo íbamos a limpiar todo aquello al día siguiente, pero decidí no agobiarme y seguí divirtiéndome con mis nuevos amigos. Una amiga coreana trajo una Polaroid (una cámara de fotos instantáneas), que fue la verdadera protagonista de la fiesta. Todo el mundo pasó por el improvisado ‘photocall’ (la encimera de la cocina) para inmortalizar lo genial que lo estábamos pasando. Pensé en lo caros que son los carretes para este tipo de cámaras y sentí pena por mi amiga coreana, pero a ella parecía importarle un bledo. Así que aparecí en todas las que pude y después me las llevé a mi habitación para que nadie me las mangara.
Después de unas cuantas cervezas y fotos, decidimos acercarnos toda la tropa a ‘The Bridge’, una conocida discoteca de Oxford. La música que pusieron fue simplemente espectacular, sin Juan Magán o Kiko Rivera. Después de varias horas volví con mis amigos del piso como si me hubieran dado una paliza y sin sentir los pies. Estaba agotado y solamente eran las 3 de la mañana. Viva el horario inglés.

SIP THAT TEA

Soy un hombre de café. Me encanta y echo de menos mi máquina Nespresso. El otro día compré en el supermercado una caja de café en polvo para hacérmelo en casa y creo que el agua de una alcantarilla sabría mejor que eso. Llevo toda la semana bebiendo Mocca Blanco de Starbucks, apasionante. Un día me pidieron el nombre para escribirlo en la taza y para no complicar a la pobre camarera le dije que me llamaba NAC, N-A-C. Este fue el resultado: 





Tampoco puedo permitirme todos los días un café en el carísimo Starbucks, así que decidí darle una oportunidad a la bebida inglesa por antonomasia: el té.
Nunca me ha gustado el té. Lo he intentado probar muchas veces pero solo con olerlo me entraban arcadas. Hace unos meses pensé que si venía a Oxford tendría que “aprender” a hacerme el té y que encima me gustara. Además, he puesto el supermercado patas arriba buscando Cola Cao o Nesquik y no hay forma de encontrarlos, así que me acerqué al pasillo dedicado al té (sí, un pasillo entero) y compré una caja de Twinings. También me pasé (otra vez) por Poundland para comprarme un termo y hacerme el guay llevándolo a clase. 
En casa tenemos una tetera electrónica, así que seguí la receta de mi amigo Álvaro y me preparé un té con leche riquísimo (por supuesto a las 5 en punto). Como me encantó mi nuevo descubrimiento, decidí preparármelo a la mañana siguiente para llevármelo. El termo que me compré era tan malo que cuando llegué a clase estaba la bebida congelada, así que me lo intenté beber todo de un trago para no sufrir. No aguanté y dejé un culín en el vaso, y como soy TAN listo lo tapé y lo metí en la mochila sin pensar en las consecuencias posteriores. Cuando abrí la bolsa horas más tarde me encontré mi estuche empapado y con un fuerte olor a leche pasada.

En fin… ¿dónde está mi café?


P.D: he encontrado esta sudadera de Mickey Mouse en Primark y estoy entusiasmado con mi compra



domingo, 23 de marzo de 2014

DOWNTOWN

PERDIDO ENTRE LOS ‘COLLEGES’ 


Ha terminado mi primera semana en Oxford y no se me ha podido pasar más rápido. Después de mi día de presentación, me incorporé a las clases correspondientes a mi nivel (especiales para preparar el Certificated Advanced English, CAE) en las que conocí a más gente de la escuela. Sólo somos diez en clase, por lo tanto es muy fácil conocer a tus compañeros y relacionarte mejor con los profesores. Al finalizar las clases del primer día, no dudé en perderme por la calles de Oxford para descubrir la ciudad. Conseguí encontrar rápidamente la zona de los famosos ‘colleges’, residencias universitarias para los estudiantes de aquí. Pasear entre estos edificios hace sentirte como en una película, y el aire universitario que se respira es simplemente espectacular. El color amarillento de las rocas con las que están construidos los edificios me hipnotizó, y no me importó mojar mis zapatos con los charcos de las calles adoquinadas. Estaba convencido de que las paredes de aquellas construcciones guardaban miles de secretos y habían sido testigos de numerosos acontecimientos históricos y culturales. Me colé por una de las enormes puertas de doble hoja que daban a la calle y entré en el maravilloso patio del Exeter College, lugar donde residió el famoso escritor J.R.R Tolkien durante su época de estudiante. Más adelante me topé con el que es mi edificio famoso en Oxford: The Radcliffe Camera. De planta circular, culmina con una enorme y grisácea cúpula y parece dominar a las construcciones de sus alrededores. Continué mi camino atravesando los pórticos de la Boldeian Library y llegué al Bridge of Sighs, una especie de pasadizo que conecta dos edificios del campus. Intuía que visitaría la zona de los colleges muy a menudo por su misterioso magnetismo…

Más tarde me pasé por Poundland, un supermercado en el que todos sus artículos se venden a una libra. Comprar cualquier cosa de la tienda por una libra es tan adictivo que salí de allí bastante cargado con “menaje del hogar”, y volví con mis compañeros de piso a casa.

EL ANCIANO DE BLACKWELL’S 

Al día siguiente decidí proponerles a mis amigos novatos enseñarles la zona que había descubierto el día anterior. Llovía un poco, así que saqué de la mochila el paraguas que había comprado en Poundland la tarde anterior. Nada más desplegarlo, se dio la vuelta por el fuerte viento que soplaba y se rompió un alambre. Ahí residía el secreto de los artículos tan baratos de aquella tienda. Les guié por los sitios que me habían fascinado el día anterior y llegamos a la famosa librería de Blackwell, una de las más antiguas del mundo. En la entrada, un hombre de unos 80 años animaba a la clientela para hacer un tour gratuito por la librería. Mis amigos aceptaron y yo les dije que me esperaran unos minutos. Tenía pensado comprar unos libros de ejercicios del CAE, así que me adentré en la tienda a buscarlos. Pregunté a un dependiente y me sugirió que los buscara en el piso de abajo, así que bajé unas escaleras y me encontré con la principal razón de la fama de aquella librería. Aquel sótano de gran extensión albergaba un gran número de estanterías repletas de libros de cualquier especialidad: medicina, ingeniería, teología, matemáticas, literatura, historia, biología… Todos ellos perfectamente ordenados e iluminados por una tenue luz. Comencé a buscar mis libros y di varias vueltas a la enorme sala, pero tuve que preguntar a un segundo encargado por ellos. Me explicó que debía buscar en el primer piso, por lo tanto tuve que volver a subir. Cuando los encontré, no sabía con cuál quedarme. Mientras ojeaba todos ellos pensé en el anciano de la entrada y su tour, el cual debería haber empezado un minuto antes. Como si me hubiera leído la mente, la megafonía de la librería comenzó a hablarme: IGNASIOU, please, your friends are waiting for you and the tour is almost beginning”. Me quedé con dos de los libros y bajé rápidamente al punto de partida. El anciano me sonrió y comenzó su actuación. Nos explicó cómo había transcurrido la fundación de la librería. El señor Blackwell abrió su pequeña tienda de tan solo diez metros cuadrados en un lugar clave de la ciudad, rodeado por la universidad y las residencias de estudiantes. No tardó en ampliarse y adquirir un gran prestigio nacional y posteriormente internacional. El hombre nos guió por un pasadizo de la tienda y subimos unas estrechas escaleras de caracol. Pulsó un código en un teclado y se abrió la puerta del despacho de Mr. Blackwells, una pequeña habitación con vistas a High Street que conservaba todos los muebles y artilugios de la época. Encima del hogar de la chimenea, descansaba inmortalizado en un retrato al óleo el fundador de la tienda, vigilando todas sus pertenencias. Tomamos asiento y el hombre terminó el tour invitándonos a tomar algo en la cafetería del primer piso. 

miércoles, 19 de marzo de 2014

BOTLEY ROAD

El avión despegó y dejé un diminuto Madrid a mis pies. En mi regazo descansaba la Moleskine cargada de dedicatorias y fotografías que me regalaron mis amigos el día de mi despedida y el último libro de J.K Rowling. Tras la despedida con mi familia, mis nervios por los tres meses que me esperaban comenzaron a aflorar, y parece que se trasladaron al bolígrafo que llevaba en la mano, el cual explotó (supongo que a causa de la presión atmosférica) y me llenó los dedos de tinta negra. 
Continué leyendo la novela y el avión aterrizó casi sin darme cuenta.

El siguiente paso era encontrar en la terminal al hombre que me iba a llevar a mi nueva casa. Supuse que me estaría esperando sosteniendo una placa con mi nombre. Revisé los carteles de todos los conductores de la terminal y no encontré rastro del mío. Esperé unos minutos pensando en la posibilidad de un timo por parte de la agencia, así que decidí acercarme a la mesa de información. Una mujer gorda me pidió los datos y me sugirió que esperara por la zona. De pronto, una grave voz metálica procedente de la megafonía del aeropuerto exclamó mi nombre y mi situación. Unos segundos más tarde apareció un hombre bajito y calvo sosteniendo un cartel con mi nombre y apellidos. Se disculpó y me llevó al coche, un Land Rover negro. Lógicamente el asiento del conductor estaba justo al lado contrario que en España y el resto del mundo , lo que me provocó bastante grima una vez que puso el coche en marcha. "Nosotros conducimos por la izquierda y dentro de poco lo hará el resto del mundo", comentó el conductor cuando percibió mi cara de curiosidad. Asentí y me apoyé en la ventanilla mientras escuchábamos los últimos éxitos de la radio británica. Eran las 7 de la tarde y parecían las 11 de la noche. Después de una hora y media de trayecto, llegamos a Oxford. Mis maletas pesaban muchísimo debido a que llevaba todo mi armario comprimido en ellas. Me despedí del conductor y me situé frente al número 92 de Botley Road. Se trata de una gran casa dividida en diferentes apartamentos. Cada uno de ellos es compartido por cinco estudiantes internacionales. Llamé al timbre de la casa y mis compañeros de piso me ayudaron a subir las maletas. Me enseñaron toda la casa y se presentaron amablemente. Estuvimos un buen rato charlando y percibí que iba a pasar una buena estancia con ellos todo este tiempo.

Mi primer problema lo causó mi miopía. Tengo 5 dioptrias en cada ojo y sin mis gafas no podría sobrevivir (afortunadamente llevo lentillas). El drama vino cuando buscando en mi neceser no encontré mi “kit del miope”. Deshice todas las maletas y miré en todos los bolsillos de mis abrigos pero ni rastro de la funda de las gafas. Desesperado y aterrorizado llamé a mi familia en Madrid para que comprobaran si me las había olvidado allí, pero tampoco había rastro de ellas. No me quedó más remedio que sacar mi último as de la manga: SAN CUCUFATO. Es un remedio infalible si pierdes algo que aprecias. Desde que me enseñó mi abuela esta especie de “invocación” no paro de encontrar las cosas que pierdo. San Cucufato fue bondadoso conmigo (otra vez) y afortunadamente la funda de las gafas apareció en el cuarto de baño de la casa.

Una vez superado mi primer drama en Oxford me fui a dormir. Había sido un día agotador y a la mañana siguiente tendría que afrontar EL PRIMER DÍA DE CLASE.

A la mañana siguiente me asomé a la ventana de mi habitación para observar las vistas que la noche no me había permitido disfrutar. Mi casa se encuentra en una calle repleta de casas típicas de la zona (ver foto), algo que me encantaba. Me vestí y salí con un compañero de piso hacia mi escuela. Caminé 10 metros y una elegante paloma oxfordiana (¿oxfordiana?) se encargó de fastidiarme el outfit y me cagó encima. Lo primero que pensé fue que ese debió ser el precio que tuve que pagar por los servicios del buen San Cucufato. Afortunadamente tenía algún pañuelo y la paloma no había comido mucho, así que me limpié y continuamos el trayecto hacia la escuela. 


Mi escuela se encuentra en el centro de Oxford. Es un alto edificio de ladrillos marrones en St. Michael’s Street. Me registré y nos llevaron a los nuevos a una sala para presentarnos el programa de estudios, los profesores, actividades culturales… 
Más tarde nos llevaron por el centro de Oxford para que conociéramos la zona. Es una ciudad indescriptible, creo que la más cuidada y bonita de todas las que he estado.


Me están tratando muy bien, así que no creo que eche mucho de menos Madrid (bueno, un poco sí). Os iré contando más anécdotas, ¡no os las perdáis!