miércoles, 19 de marzo de 2014

BOTLEY ROAD

El avión despegó y dejé un diminuto Madrid a mis pies. En mi regazo descansaba la Moleskine cargada de dedicatorias y fotografías que me regalaron mis amigos el día de mi despedida y el último libro de J.K Rowling. Tras la despedida con mi familia, mis nervios por los tres meses que me esperaban comenzaron a aflorar, y parece que se trasladaron al bolígrafo que llevaba en la mano, el cual explotó (supongo que a causa de la presión atmosférica) y me llenó los dedos de tinta negra. 
Continué leyendo la novela y el avión aterrizó casi sin darme cuenta.

El siguiente paso era encontrar en la terminal al hombre que me iba a llevar a mi nueva casa. Supuse que me estaría esperando sosteniendo una placa con mi nombre. Revisé los carteles de todos los conductores de la terminal y no encontré rastro del mío. Esperé unos minutos pensando en la posibilidad de un timo por parte de la agencia, así que decidí acercarme a la mesa de información. Una mujer gorda me pidió los datos y me sugirió que esperara por la zona. De pronto, una grave voz metálica procedente de la megafonía del aeropuerto exclamó mi nombre y mi situación. Unos segundos más tarde apareció un hombre bajito y calvo sosteniendo un cartel con mi nombre y apellidos. Se disculpó y me llevó al coche, un Land Rover negro. Lógicamente el asiento del conductor estaba justo al lado contrario que en España y el resto del mundo , lo que me provocó bastante grima una vez que puso el coche en marcha. "Nosotros conducimos por la izquierda y dentro de poco lo hará el resto del mundo", comentó el conductor cuando percibió mi cara de curiosidad. Asentí y me apoyé en la ventanilla mientras escuchábamos los últimos éxitos de la radio británica. Eran las 7 de la tarde y parecían las 11 de la noche. Después de una hora y media de trayecto, llegamos a Oxford. Mis maletas pesaban muchísimo debido a que llevaba todo mi armario comprimido en ellas. Me despedí del conductor y me situé frente al número 92 de Botley Road. Se trata de una gran casa dividida en diferentes apartamentos. Cada uno de ellos es compartido por cinco estudiantes internacionales. Llamé al timbre de la casa y mis compañeros de piso me ayudaron a subir las maletas. Me enseñaron toda la casa y se presentaron amablemente. Estuvimos un buen rato charlando y percibí que iba a pasar una buena estancia con ellos todo este tiempo.

Mi primer problema lo causó mi miopía. Tengo 5 dioptrias en cada ojo y sin mis gafas no podría sobrevivir (afortunadamente llevo lentillas). El drama vino cuando buscando en mi neceser no encontré mi “kit del miope”. Deshice todas las maletas y miré en todos los bolsillos de mis abrigos pero ni rastro de la funda de las gafas. Desesperado y aterrorizado llamé a mi familia en Madrid para que comprobaran si me las había olvidado allí, pero tampoco había rastro de ellas. No me quedó más remedio que sacar mi último as de la manga: SAN CUCUFATO. Es un remedio infalible si pierdes algo que aprecias. Desde que me enseñó mi abuela esta especie de “invocación” no paro de encontrar las cosas que pierdo. San Cucufato fue bondadoso conmigo (otra vez) y afortunadamente la funda de las gafas apareció en el cuarto de baño de la casa.

Una vez superado mi primer drama en Oxford me fui a dormir. Había sido un día agotador y a la mañana siguiente tendría que afrontar EL PRIMER DÍA DE CLASE.

A la mañana siguiente me asomé a la ventana de mi habitación para observar las vistas que la noche no me había permitido disfrutar. Mi casa se encuentra en una calle repleta de casas típicas de la zona (ver foto), algo que me encantaba. Me vestí y salí con un compañero de piso hacia mi escuela. Caminé 10 metros y una elegante paloma oxfordiana (¿oxfordiana?) se encargó de fastidiarme el outfit y me cagó encima. Lo primero que pensé fue que ese debió ser el precio que tuve que pagar por los servicios del buen San Cucufato. Afortunadamente tenía algún pañuelo y la paloma no había comido mucho, así que me limpié y continuamos el trayecto hacia la escuela. 


Mi escuela se encuentra en el centro de Oxford. Es un alto edificio de ladrillos marrones en St. Michael’s Street. Me registré y nos llevaron a los nuevos a una sala para presentarnos el programa de estudios, los profesores, actividades culturales… 
Más tarde nos llevaron por el centro de Oxford para que conociéramos la zona. Es una ciudad indescriptible, creo que la más cuidada y bonita de todas las que he estado.


Me están tratando muy bien, así que no creo que eche mucho de menos Madrid (bueno, un poco sí). Os iré contando más anécdotas, ¡no os las perdáis! 


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