sábado, 24 de mayo de 2014

Cap. V: EL PELIRROJO

Mi propia mujer me había dado un susto de muerte. Permanecí impasible mirándole a los ojos y respirando profundamente. Después de unos segundos conseguí articular mis primeras palabras.

“Julia, casi me matas del susto. ¿Cómo me has encontrado?”

“Me desperté sobresaltada por una pesadilla y cuando me giré no estabas en la cama. Me imaginé que estarías trabajando en el despacho, así que me levanté a comprobarlo. Cuando llegué, me encontré el Armario de las Llaves con la puerta abierta… Comprobé que las del Ashmolean no estaban en su sitio, así que mi instinto femenino me trajo aquí.”

Todavía no me había recuperado del todo. Me mojé la cara y me dirigí a Julia. 

“¿Fuiste tú la que entraste en el camerino de Marina Ivanov hace un cuarto de hora?”

“No he entrado por la Galería de las Estatuas, atravesé el hall y subí las escaleras principales hasta el cuarto piso. Sabría que estabas en el restaurante investigando. Afortunadamente la puerta de cristal estaba abierta. No te encontré en la terraza… así que decidí volver a casa. Pero antes de salir del restaurante, oí un ruido detrás de una puerta de emergencia del comedor. La abrí y entré. Era el rellano de la escalera de emergencia, la dichosa escalera de emergencia. Por las ranuras del servicio de caballeros se veía que la luz estaba encendida… ¡Y eso es todo!”

“Pe-pe-ro Julia. ¿Quién te abrió la puerta del museo?”

“Un guardia de seguridad. Bueno, no estoy segura… Llevaba una capucha y no pude distinguir su cara.”

Suspiré.

“¿Julia, tú crees que los guardias de seguridad del Ashmolean Museum llevan una capucha en mitad de la noche? ¿Te dijo algo? ¿Sigue en la entrada?”

“No me dijo nada. En cuanto me vio dejó la puerta abierta y se fue corriendo por la entrada oeste del patio…”

“Entonces definitivamente no era un guardia. Julia… El asesino de Marina ha entrado en el Museo esta noche para deshacerse de esto.”

Saqué de mi bolsillo la nota firmada por Jean Louis Chevalier y se la tendí.
Julia terminó de leerla y levantó la vista para mirarme preocupada.

“¿Jean…Louis…?”

“Sí. Sospecho que el hombre con el que te acabas de cruzar era él.”

A pesar de la inocencia que acababa de demostrar mi mujer, bendije la gran habilidad que tenía para atar cabos y darme nuevas ideas. Una vez más lo volvió a demostrar.

“Octavio, cuando me desperté pensé algo. Las cartas anónimas no habían sido enviadas a Marina Ivanov.”

Miré a mi mujer extrañado.

“¿Recuerdas que en la primera carta se menciona París?”

Asentí.

“Pues bien… Marina Ivanov no ha pisado París desde el mes de Mayo del año pasado.”

Me entregó un reportaje de la revista Vogue. Julia se había encargado de subrayar con rotulador unas declaraciones de la propia modelo hablando de la Paris Fashion Week que se celebraría en Febrero del año siguiente


La verdad es que espero con mucha ilusión volver a París. Considero que es la verdadera capital de la moda y siempre es un placer desfilar en sus pasarelas. La última vez que estuve fue en Mayo del año pasado y creo que echo de menos pasear bajo la Torre Eiffel


Sentí mucha lástima por Marina Ivanov. En tres meses se celebraría la semana de la moda en París y ella no podría disfrutarlo.

“Pero si las cartas no eran para Marina… ¿Entonces quién es el destinatario?”

“No lo sé Octavito, eso es lo que tendremos que descubrir ahora. Alguien escondió aquellas cartas en el cajón del camerino de Marina para que el romance prohibido no fuera descubierto. De todas maneras, podemos concluir que el asesino y el amante/donante anónimo NO son la misma persona”.

Mi mujer sonrió satisfecha y continuó hablando.




“Y por cierto, no podemos guillotinar todavía a Jean Louis. Puede que sea el principal  sospechoso, pero esa nota pudo haber sido falsificada por el asesino”.

“Julia, la nota era el envoltorio de esto.” 

Saqué del bolsillo la alianza. 

“Esto prueba que la nota fue escrita por Jean Louis. Dejó envuelto el anillo para que Marina supiera que se trataba de él. Supongo que se trataba de un regalo. Dejó el paquete en el camerino de su novia y Marina lo encontró justo antes del desfile.”

“¡Pero yo vi a Jean Louis durante el cóctel hablando con Francesca Cinquemani!”

“Yo también les vi, pero en el momento del asesinato ninguno de los se encontraban en la explanada.”

Julia se quedó pensativa.

“Octavio, mañana tienes que entrevistar a Jean Louis. Suponiendo que no se haya fugado del país, claro.”

Con la euforia del descubrimiento de mi mujer sobre las cartas anónimas, olvidé el hallazgo de la papelera del lavabo.

“Julia, antes de que entraras he encontrado algo muy interesante en la papelera”

“¿Una compresa en el baño de caballeros?”

Mi mujer se rió de forma traviesa. 

“No, por desgracia.”

Abrí la papelera metálica y agarré delicadamente el objeto que se encontraba al fondo.

“¿Una bala?”

Se trataba de una bala de mayor calibre que la encontrada en la terraza del restaurante. Estaba manchada con sangre seca. En la papelera también había una pequeña bolsa de plástico abierta, con cocaína en su interior. 



“¿Por qué tiene que complicarse todo tanto? ¡Se suponía que ya habíais encontrado la bala en la terraza!”

“No entiendo nada, Julia… Con el paso de las horas me doy cuenta de que este asesinato ha estado más planeado de lo que pensábamos en un principio.”

Mi mujer y yo salimos con sigilo a la terraza del restaurante y nos apoyamos en la barandilla donde Marina Ivanov fue asesinada la noche anterior.

“Por lo menos pudo disfrutar de una preciosa vista antes de morir”

Estaba comenzando a amanecer y la luz del sol iluminó los edificios de piedra amarillenta de la ciudad. Miré hacia Beaumont Street. Un joven de estatura mediana y pelirrojo se acercaba por la acera en dirección al Randolph Hotel.

“Julia, es el camarero del hotel. Debo hablar con él para que me hable sobre Filipo”.

Bajamos corriendo por las escaleras principales del museo, atravesamos el hall y salimos precipitadamente por la puerta giratoria. Corrimos por la explanada y llegamos a Beaumont Street jadeando.

“¡OIGA!” -grité para llamar la atención del pelirrojo.

El joven camarero se giró sorprendido justo antes de entrar en el Randolph. Llevaba una bolsa de deporte (en la que supuse que guardaba el uniforme) y una gorra. Miró a ambos lados de la calle y se metió en el hotel corriendo.

“Mierda. No podemos entrar en el hotel ahora o sospecharán que hemos estado merodeando por el museo”

Decidimos volver a casa y dormir unas horas. Mi mujer debía escribir la columna de la “Primera Dama” para el Oxford Times y yo tenía trabajo atrasado en el Ayuntamiento.

Justo antes de que emprendiéramos la marcha a casa, un objeto metálico cayó junto a nuestros pies. Se trataba de una cucharilla metálica. Levantamos la cabeza para descubrir la procedencia del objeto y una de las ventanas del Randolph Hotel se cerró de golpe. Atada a la cucharilla, una servilleta de papel con el escudo del Hotel había servido para escribir un mensaje.


Don Octavio, no puedo hablar con usted en el hotel. El Señor Randolph me despediría si me descubriera. Le contaré todo lo que sé mañana a las 9 de la noche. Estaré esperándole en el Magdalen Bridge

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