martes, 20 de mayo de 2014

Cap. II: EL PAÑUELO

Vomité tras el atril mientras los gritos de terror inundaban la explanada del Ashmolean. El glamour del lugar se desvaneció para dar lugar a una jungla en la que los paparazzi se abalanzaban como aves carroñeras sobre el cadáver de la joven Marina Ivanov. La tormenta de flashes, junto a los llantos y lágrimas de los asistentes hacían del lugar un escenario dantesco que no se me borraría de la memoria en mucho tiempo. 
Mi mujer se acercó lloriqueando. 

“La…han…”
“He visto lo mismo que tú. Llama a los servicios de urgencia”.

Dominic se acercó corriendo. No hizo falta que habláramos para entender que debíamos subir a la azotea del museo a toda prisa. Nos adentramos en el edificio a través de la gran puerta giratoria. Mientras cruzábamos el inmenso hall, una voz masculina gritó nuestros nombres. Nos giramos y descubrimos al Decano de la Universidad entrando en el museo.

“¡Espérenme! Si el asesino se encuentra todavía en el restaurante será mejor que vayan acompañados.”- gritó un pálido Simon Adams.-

Además, el padre de la rica familia Lancaster apareció tras él unos segundos más tarde. Gregory Lancaster parecía incluso más abatido que Simon. Los cuatro hombres subimos las escaleras del museo. Dejamos atrás las increíbles colecciones de obras de arte griegas, romanas y egipcias y llegamos al último tramo de la subida. Desde aquel punto podíamos ver el hall del museo desde las alturas, que se había llenado de policías. Les grité para que su superior subiera con nosotros al restaurante. 

En la azotea del museo se encontraba el restaurante del Ashmolean, un lugar ideal para disfrutar de una buena comida al aire libre en verano. Desde la terraza del restaurante se puede observar la explanada del museo, donde se estaba celebrando el cóctel de apertura, y Beaumont Street. Esa noche el establecimiento estaba cerrado debido al evento. Sorprendentemente la gran puerta de cristal estaba cerrada con llave. Esperamos a Pharrell, el jefe de la policía de Oxford, que forzó la cerradura y permitió nuestra entrada.

El restaurante estaba oscuro y desierto. Las sillas y mesas de diseño se apilaban en una de las esquinas del gran comedor, por lo que no tuvimos problema en llegar directamente a la entrada de la terraza. No había ni rastro del asesino. El viento no soplaba apenas y había comenzado a chispear. Nos acercamos lentamente hasta la barandilla, iluminada con las luces de la explanada y del Randolph Hotel. Nos asomamos lentamente y pudimos comprobar que la policía había desalojado la explanada del museo y los servicios sanitarios habían cubierto con una manta dorada y brillante el cadáver de la modelo.

El inspector Pharrell sacó de uno de sus bolsillos un pañuelo y agarró con cuidado un pequeño objeto metálico cercano a la barandilla. 

“Caballeros, aquí tenemos la bala que ha perforado el cráneo de la pobre criatura” 
-introdujo el improvisado paquete en una bolsa de plástico transparente y la guardó en un maletín- “La llevaremos al laboratorio para que sea analizada por el forense”.

“Por el amor de Dios, esta situación no puede ser real”-exclamó Gregory Lancaster.

“Ahora, caballeros, necesitaría el testimonio de alguno de ustedes. Es vital conocer la cronología de los hechos y agradecería el mayor número de detalles posible”.

Dominic y yo nos encargamos de narrarle al inspector Pharrell lo sucedido. El policía no paraba de asentir mientras anotaba en un cuaderno los detalles descritos y abría los ojos de forma exagerada. Se podía percibir que esta situación le superaba. Un asesinato tan brutal no solía ocurrir en una ciudad tan tranquila como Oxford, y menos en un evento público como aquel. 
El inspector cerró su cuaderno, y respirando hondo describió su primera hipótesis.

“El homicida ha estado esta noche en el museo. Tras el desfile, la joven Marina Ivanov se las apañó para subir al restaurante -no sabemos si sola o acompañada-, se acercó a esta barandilla y, sorprendida por el asesino, murió de forma instantánea a causa de un disparo letal en su frente. La joven estaba lo suficientemente cerca de la barandilla para que el impacto provocara su caída en la explanada del primer piso.  Pero no debemos sacar conclusiones precipitadas. El estudio de la bala y el veredicto del médico forense nos ayudará a determinar la distancia desde la que disparó el asesino, pero para eso tendremos que esperar”.

Pharrell ordenó a su equipo que acordonara la zona del restaurante y los demás bajamos al primer piso. Seguidamente, Julia y yo nos desplazamos hacia nuestra casa caminando sin hablar. Estábamos consternados. La noticia aparecería en las portadas de los diarios locales e internacionales, situando a Oxford de nuevo en el mapa. Recordé las palabras de Simon Adams unas horas antes: “¿No os parece que este evento es una gran oportunidad para recordar a Oxford no solo por su Universidad?”. No pude estar más de acuerdo.
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Me desperté sobresaltado y sudoroso. Miré al reloj de la mesilla. Solo había pasado media hora desde que había conseguido dormirme y decidí levantarme porque sabía que no iba a conseguir pegar ojo en toda la noche. Me deslicé por el pasillo y me encontré la luz del salón encendida. Sentada en el sillón y sujetando nerviosamente una taza de té, mi mujer miraba al infinito. Eran las 3 de la madrugada y no se había quitado el vestido del cóctel. Tampoco se había desmaquillado, por lo que sus mejillas parecían los lienzos de un pintor de arte abstracto. Me acerqué y le besé la frente. 

“Octavio… Nunca había sentido tan cerca la muerte”

Miré a mi mujer fijamente a los ojos y ambos nos derrumbamos. Era la situación más intensa que habíamos vivido juntos y ambos estábamos convencidos de que no la olvidaríamos nunca.

“He de escribir un comunicado para el Oxford Times. Lógicamente la OFW queda suspendida y debemos decretar el luto oficial en la ciudad”

Julia asintió y se secó las lágrimas con el vestido. 

“Julia… Esto no quedará así. Me encargaré personalmente del caso.” 

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A la mañana siguiente, las fotografías del cadáver de Marina Ivanov colonizaron las portadas de todos los diarios de Inglaterra. Recibí una copia de cada uno de ellos en mi despacho y pude comprobar apenado como los periodistas, demostrando una vez más su falta de escrúpulos, no habían dudado en llenar de titulares sensacionalistas y estúpidas hipótesis las páginas de todos los periódicos.
Mientras ojeaba el Oxford Times, encontré el comunicado oficial que había escrito junto a Julia la noche anterior justo debajo de la fotografía que Moritz Henz me había tomado en la alfombra roja. Se notaba nerviosismo en mi sonrisa torcida, pero el colorido de la alfombra, las luces y el elegante Randolph Hotel al fondo disimulaba mi tensión. Quién podría haber imaginado el terrible acontecimiento que mancharía de sangre la imagen de nuestra ciudad…
Viendo las macabras imágenes en los periódicos, me di cuenta de que en realidad no sabía absolutamente nada de la vida de Ivanov. Encendí mi ordenador portátil y tecleé el nombre de la modelo en el buscador. Ignoré los artículos acerca de su muerte y me centré en las páginas biográficas. 

EL HURACÁN DE LAS PASARELAS

“Marina Ivanov nació en 1987 en San Petersburgo. Sus padres murieron cuando ella tenía cinco años en un accidente de tráfico, por lo que tuvo que trasladarse a Moscú para vivir con la hermana de su madre, Irina Luzhin. La difícil situación emocional de Marina, junto a una problemática adolescencia, provocaron que la modelo cayera en la terrible anorexia con tan solo 16 años. La muerte de su tía dos años más tarde supuso el comienzo de la recuperación de la joven. Marina Ivanov fue descubierta por un joven fotógrafo en un bar de Moscú mientras trabaja como camarera. Sus grandes ojos grises y su esbelta figura sirvieron para que fuera contratada como modelo en una de las campañas de las firmas de moda más famosas de Rusia. Este hecho le catapultó a la fama, y pronto sería portada en numerosas revistas de moda y tendencias de todo el mundo. Parecía que la tormentosa vida de Marina Ivanov se había solucionado gracias al dinero y la popularidad, sin embargo las malas influencias y la débil personalidad de la joven no hicieron más que hundirla más. Ivanov se vio inmersa en un mundo en el que las drogas reinaban. Fue entonces cuando comenzó una relación sentimental con Jean Louis Chevalier, su entonces manager, quien consiguió salvarle de aquella terrible pesadilla. Chevalier consiguió que grandes marcas -como la firma italiana Cinquemani- volvieran a confiar en ella. Marina Ivanov volvió a convertirse en el “huracán de las pasarelas” y recientemente ha anunciado su matrimonio con Chevalier en el próximo mes de Diciembre…”

Marina y un hombre alto, rubio y de marcadas facciones aparecían en una foto cogidos de la mano. Debajo, un subtítulo describía la imagen: “Marina Ivanov y su futuro marido y manager, Jean Louis Chevalier”.

Por fin había conseguido situar al hombre rubio que discutía con Francesca Cinquemani momentos antes de mi discurso. 

El teléfono comenzó a sonar y lo descolgué rapidamente. Era Dominic.

“Supongo que habrás leído los periódicos… El comunicado oficial del alcalde es simplemente brillante”.

“Gracias, Dom. Ayer le prometí a mi mujer que iba a encargarme personalmente de este asesinato y no me vendría mal tu ayuda. Hemos leído todas las novelas de Agatha Christie para algo, ¿no te parece? ”

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Me reuní con Dominic Blackwell una hora más tarde en el Martyrs’ Memorial de St. Giles, un precioso monumento situado en el lateral del Randolph Hotel.

“Creo que nuestra ruta debe comenzar en el Randolph. Estoy seguro de que los Cinquemani estarán reunidos en el lounge del hotel, y no será difícil sacarles algún trapo sucio que nos guíe hasta la siguiente pista. Podríamos comenzar por la mirada de odio que Francesca dedicó a Marina Ivanov mientras desfilaba, por ejemplo”.

Mientras caminábamos hacia la puerta del gran hotel, le expliqué a Dominic la conversación que escuché entre la “joven delincuente” y el hombre rubio -que resultaría ser el novio de Marina- momentos antes del asesinato. 

“Debemos, por tanto, dejar claros los tres vértices del extraño triángulo que formaban Francesa, Marina y Jean Louis. Estoy convencido de que no es casualidad que Marina fuera la estrella elegida para abrir el desfile de Cinquemani en Oxford”.



Conseguimos entrar en el edificio sorteando a los periodistas que se amontonaban en la puerta del Randolph esperando ansiosos las declaraciones de Valentina Cinquemani. No hizo falta dar explicaciones, la recepcionista nos condujo hacia el lounge del hotel, una gran sala decorada con mobiliario victoriano. Aquella mañana el “gran salón del té” estaba cerrado al público, por lo que las dos mujeres Cinquemani esperaban vestidas de luto riguroso acompañadas por el célebre Filipo Randolph, el director del hotel. Este último nos recibió amistosamente, pero sus marcadas ojeras y su voz ronca denotaban la mala noche que había pasado.

“Siempre es un placer recibir en el hotel al gran Octavio Middlebourn, aunque sea en estas terribles circunstancias”. 

Tras un afectuoso saludo y las condolencias a la familia Cinquemani, nos sentamos junto a ellos y aceptamos un English Breakfast Tea que nos ofreció Filipo.

Dominic rompió el hielo y le formuló la primera pregunta al director del hotel.

“¿Qué le pareció el desfile, Filipo?”

Valentina y Francesca Cinquemani miraron incrédulas a mi amigo. Abrieron la boca para protestar por aquella impertinente pregunta, pero Filipo Randolph se adelantó.

“Creo que no es buen momento para hablar de la colección, querido Dominic. Pero respondiéndole, le diré que no pude asistir al desfile. Un importante cliente llegó a última hora al hotel, por lo que tuve que recibirle a la hora del evento.”

Filipo me dirigió la mirada y continuó hablando.

“Sin embargo, llegué a tiempo para disfrutar del que iba a ser un magnífico speech por parte del alcalde de nuestra ciudad. Fue una verdadera lástima que se viera interrumpido por el asesinato de la joven Marina. Una verdadera lástima…”

Un camarero joven entró en el salón con una gran bandeja repleta de elementos de una vajilla de porcelana. Me considero bastante bueno reconociendo los estados de ánimo de la gente observando sus movimientos y expresiones faciales, así que no me fue difícil percibir el nerviosismo del empleado. La bandeja que sujetaba no paraba de vibrar debido al temblor de su brazo, el cual se extendía también a sus piernas. Mientras le servía el té a Valentina, no dejaba de morderse el labio de forma nerviosa y su frente comenzó a brillar debido al sudor. Lógicamente este cóctel de nervios y temblores termino de la peor forma posible: la tetera que sujetaba se le escapó de la mano e impactó en la mesa victoriana, rompiéndose en mil pedazos. El té se derramó por toda la superficie, ensuciando el bolso de mano de la diseñadora y la joven Francesca lanzó un chillido agudo. Filipo Randolph entró en cólera y comenzó a gritar:

“¡Mira lo que has hecho, inútil! Recoge ahora mismo todo esto y sal de aquí!”

El joven camarero no sabía dónde meterse y salió corriendo del salón en busca de los utensilios de limpieza. 

“Discúlpenle, es su primer día…” - murmuró Filipo mientras secaba el bolso de Valentina con el pañuelo del bolsillo de su traje-.

Observé que el pañuelo era el mismo que llevaba en el evento del día anterior. Era un pañuelo granate y cuadrado. En una de las esquinas, bordadas con hilo dorado, dos letras rompían la simplicidad de la tela: “F.R”. 
Sin embargo, sus iniciales no suponían el único elemento “decorativo” del pañuelo. Justo debajo, una mancha oscura, como si fuera de aceite de coche, ensuciaba la tela granate.
Filipo se percató de mi curiosa mirada hacia su pañuelo y rápidamente cerró su puño. 

“Excúsenme, caballeros.” 

El elegante Filipo Randolph abandonó el salón con su mano cerrada y goteando té.

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